La creación de símbolos es tan antigua como la raza humana; es la manera en la que le damos sentido a nuestro mundo, y la creación de banderas no es sólo intrínseca a la naturaleza humana, es una característica ineludible de la civilización. Independientes una de otra, todas las culturas de la Tierra han creado banderas con similitudes considerables en sus formas y usos, como si no existiese una mejor solución para identificar grupos de personas que un pedazo de tela pintada que flota en el aire. Su papel en guerras, comercio, conquistas y descubrimientos es incontestable. Las banderas son herramientas políticas y a la vez, profundamente personales. Sería muy difícil encontrar a una persona que sea indiferente a las banderas y al significado que conllevan.
Las banderas cuentan la historia colectiva de nuestros pueblos y su elaboración es una costumbre tan poderosa que cada nación, por iniciativa propia, ha adoptado al menos una en su historia. En el México prehispánico, soldados llevaban palos de madera adornados con fibras vegetales y plumas de quetzal y otras aves para distinguir sus gruos y divisiones armadas. La actual Bandera Nacional es la última versión de un sinnúmero de otros estandartes y banderas, basados en la tradición vexilológica europea pero inspirados en la iconografía Mexica de la fundación de México-Tenochtitlán, que fue tan prominente en arte y arquitectura, que ningún esfuerzo por parte de los españoles logró erradicarla. Pese a que el nombramiento de sitios, pueblos y ciudades durrante la colonia favorisó las voces náhuas y de otras lenguas indígenas, la representación gráfica de estos fue, en su mayoría, basados estéticamente en la heráldica europea, ya que la corona española asignaba escudos de armas a las ciudades que se fundaron durante el periodo.
El águila que devora la serpiente fue utilizada por primera vez en una bandera cuando tropas mexicanas invadieron la península de la Florida en 1550, y fue el principal emblema de los insurgentes durante la Guerra de la Independencia en 1810. La tricolore francesa inspiró al recién instaurado gobierno del México independiente en 1821 para crear el modelo de bandera que conocemos y usamos hoy.
Desde entonces, el Escudo de Armas Nacional pasó por varias revisiones, particularmente después de la Guerra de Reforma (1857-1860) y la Revolución de 1910. Catalizado por los Juegos Olímpicos de 1968, Mexico vivió una transformación gráfica que consolidó la iconografía y su lenguage visual a una nueva corriente; la Bandera y el Escudo no resultaron intactos y pese a que ellos continúan siendo los símbolos dominantes, los diferentes estados y demás territorios han dependido de sus escudos de armas —en su mayoría vestigios del Virreynato y sin mayor cambio desde entonces— para sus asuntos de gobierno. Una vez que la tradición vexilográfica desapareció después de la Revolución, las entidades federales optaron por utilizar sus escudos como banderas, colocando el emblema al centro de una bandera blanca. Pese a que esta práctica no es rara, estas técnicamente no son banderas sino enseñas, puesto que el texto, patrones y pequeños detalles que forman parte de la heráldica no se traducen de manera práctica a banderas funcionales.
Después de ver un proyecto similar en línea, y con la inspiración del comunicador de diseño Roman Mars, la introducción de la Ciudad de México como el 32mo estado del país, parecía la excusa perfecta para crear una bandera para cada estado, pero jamás había hecho semejante cosa antes. ¿Por dónde empezar? ¿De qué manera sintetizar la identidad local en una bandera? ¿Cómo hacer que 32 banderas pertenezcan a la misma familia? ¿Qué colores usar? ¿De qué tamaño deben ser? ¿De qué manera funcionarían al lado de la Bandera Nacional?